Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Lunes semana XXXI del Tiempo Ordinario.
Lecturas: Ap 7, 2-4.9-14, Sal 23, 1 Jn 3, 1-3 y Mt 5, 1-2.
Esta fiesta me llena de ternura y de esperanza. Recordamos a tantos como nos han precedido y que son referencia en nuestra vida.
Hoy saboreo con placer la segunda lectura: somos hijos de Dios por puro amor suyo. Desde luego que mantengo que a Dios no le hacemos falta para nada (no le hacen falta ni adoradores, ni hijos) Por puro amor nos llama a la vida, y por amor nos mantiene en ella hasta la plenitud. La vida, la plenitud del ser, la santidad, es un gran don suyo.
Creo que la santidad es vivir ese ser hijos de Dios, sentirse amados, y vivir como tales.
Las bienaventuranzas, son reflejo de esa filiación: ¿Quienes son los privilegiados en ese Amor de Dios? Los pobres, los pacíficos, los que sufren, los hambrientos de justicia, los misericordiosos…
Aunque nadie es excluido de ese increíble Amor que nos tiene el misterio profundo del Ser a quien Jesús manifestó como el Abba, el Padre que tantísimo nos quiere.
Por supuesto, la humanidad entera está convocada a vivir ese amor increíble de nuestro Dios.
Jesús lo vivió esto como nadie, y así lo manifestó. Las bienaventuranzas son realmente un reflejo de quién es Jesús.
Contemplemos, saboreemos y dejemos que nos cale hondo hoy esta Palabra de Dios.
José Luis, vuestro Párroco