Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Domingo II del Tiempo de Navidad. Ciclo C
Lecturas: Eclo 24, 1-2.8-12; Sal 147; Ef 1, 3-6.15-18; Jn 1, 1-18
A través de estos textos difíciles, y casi como fuera del contexto navideño, podemos encontrar el designio de nuestro Dios; sin embargo, si los admiramos despacio, creo que podemos ver realmente un fuerte sentido de Navidad.
Juan nos presenta la Palabra, o el Verbo (o podemos poner como nombre «Jesús»), como la fuente de la vida. Y como indica el evangelista, por Él se hizo todo, y nada hay sin Él. Ya vemos cómo Juan sitúa el origen de la vida en el mismo Dios, que está en todo.
Pero, además, si seguimos contemplando este pasaje evangélico, podemos descubrir el designio de nuestro Dios: darnos su plenitud, que es que le conozcamos. Sabemos que la palabra conocer en la Biblia no es estar informado sin más, sino tener una honda intimidad: conocer a Dios es tener una cercanía íntima y profunda. Y tener esta intimidad es tener vida: Dios, el autor y origen de la vida desea que tengamos su propia vida, su propio ser. Vivir hoy este Evangelio es vivir la cercania con el Dios que tanto nos quiere y nos desea, que se hace uno como nosotros, o como dirá la primera lectura, acampa en mitad de su pueblo.
Podemos ver este deseo en la segunda lectura: elegidos por Dios para ser hijos suyos, vivir su vida.
¿Qué hay más navideño que el caer en la cuenta que el Señor nos desea tanto, y quiere estar tan próximo a nosotros, que se hace uno igual a nosotros?
Nos puede llenar de esperanza el saber que tantos a quienes queremos, y que ya no están con nosotros, son llamados por Él a vivir en plenitud, porque por ellos también el Señor se hizo uno de nosotros.
Por ello es importante: leamos despacio, dejémonos sorprender por Él, estemos con Él.
José Luis, vuestro Párroco