San Cirilo de Jerusalén, el catequista al que Jesús «echó el anzuelo»
Cuaresma del año 350 en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén. Bajo la luz de las lámparas de aceite, a los pies del lugar donde se clavó la cruz que dio la Vida al mundo, un obispo menudo comienza una serie de catequesis que atrapan la imaginación y la fe de un grupo de catecúmenos. Se llama Cirilo y se le puede considerar uno de los mayores catequistas de la historia. Gracias a él, a quien la Iglesia recuerda cada 18 de marzo, generaciones de creyentes en todo el mundo a lo largo de los siglos siguen deslumbrados por el tesoro de su propio Bautismo.
Cirilo nació hacia el año 315 en Jerusalén, en el seno de una familia acomodada que le dio una buena instrucción, pero poco se sabe de su vida antes de su ordenación sacerdotal, que se cree que recibió de manos del obispo de la Iglesia madre, san Máximo, el mismo que le encomendó la formación de aquellos que se querían acercar a recibir el Bautismo.
En el año 348, Cirilo sucedió a Máximo en la sede de la diócesis, al frente de la cual estuvo cerca de 35 años, aunque 16 de ellos los pasó en el destierro. El motivo fue que Cirilo fue promovido por el obispo de Cesarea de Palestina, Acacio, un fiel seguidor de Arrio. Al hacerlo pensaba ganar un influyente sacerdote para su causa, pero Cirilo estaba lejos de ser un hombre de paja. No solo se opuso a la herejía arriana, sino que también trató de deshacerse de la poderosa influencia de Cesarea sobre Jerusalén. Por todo ello, Cirilo fue condenado al exilio en tres ocasiones, en los años 357, 360 y 367, y aunque los motivos fueron variados –en el segundo exilio se le condenó por haber vendido un traje que el emperador había regalado a la Iglesia de Jerusalén–, de fondo siempre estuvo la lucha por el poder y la influencia política que perseguían los seguidores de Arrio.
Sin embargo, el contexto religioso de aquel tiempo no solo estaba dominado por la disputas arrianas. En el año 361 subió al poder en Roma el emperador Juliano el Apóstata, que volvió por las sendas del paganismo e hizo lo imposible por contrarrestar la creciente influencia del cristianismo en el seno del Imperio.
En su intento de combatir la nueva religión, Juliano se dedicó a la tarea de reconstruir el templo de Salomón en Jerusalén, con el objetivo de desacreditar la profecía de Jesús sobre él: «No quedará piedra sobre piedra». Cirilo aseguró al proyecto del emperador un fracaso seguro, y así fue, pues fuentes de la época, tanto cristianas como paganas, cuentan que las obras sufrieron fuertes vientos que derribaron paredes, y que de cuando en cuando surgían del suelo violentos incendios que obligaban a paralizar la construcción. Al final, el proyecto del emperador acabó sucumbiendo al peso de su propia ambición.
«No huyas de la Iglesia»
De san Cirilo de Jerusalén se conservan 24 catequesis: una de acogida, 18 dirigidas a los catecúmenos, y cinco llamadas mistagógicas, que pronunció a los recién bautizados.
Manuel Mira, profesor de Patrística en la Universidad de Navarra, explica que «antiguamente la preparación para el Bautismo solía durar tres años, con enseñanzas, exorcismos y promesas, al final de los cuales se hacía una preparación más intensa, que es la que recoge Cirilo en sus catequesis». En ellas, el santo comenta el padrenuestro y el credo, además de los sacramentos y una parte moral, «que son precisamente las cuatro secciones principales del actual Catecismo de la Iglesia católica».
Durante esos tres años, «los catecúmenos podían escuchar las lecturas y la homilía de la Eucaristía, pero luego tenían que salir». Solo en la semana de Pascua, después de haber recibido el Bautismo, la Confirmación y la primera Eucaristía, tomaban parte en «un acontecimiento único que llevaban tres años esperando». En esos días recibían una instrucción muy poderosa, «a la que Cirilo dio un estilo propio, muy basado en la Sagrada Escritura, sobre todo en el Antiguo Testamento», asegura Mira. Por ejemplo, «en un lenguaje muy bíblico, san Cirilo muestra el Bautismo como un paso del mar Rojo, el inicio de una nueva vida que consiste fundamentalmente en morir con Cristo».
Por eso, las palabras que el santo de Jerusalén y doctor de la Iglesia pronunció hace 17 siglos resuenan hoy con fuerza en nuestro camino cuaresmal: «Caíste en las redes de la Iglesia. No huyas; es Jesús quien te ha echado el anzuelo, y no para destinarte a la muerte, sino para recobrarte vivo: pues es necesario que tú mueras y resucites. Muere a los pecados y vive para la justicia; hazlo desde hoy».
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https://mercaba.org/TESORO/CIRILO_J/cartel_cirilo_de_jerusalen.htm