¿Qué se celebra en la fiesta de Todos los Santos?

El Día de Todos los Santos es una solemnidad en la que la Iglesia celebra la gloria y el honor de todos los que ya contemplan eternamente el rostro de Dios y se regocijan plenamente en esta visión. Para nosotros los fieles, este día nos enseña a mirar a aquellos que ya poseen la herencia de la gloria eterna.

Hoy celebramos que formamos parte de una Iglesia que una vez más, no se mira a sí misma, sino que mira y aspira al cielo. La santidad, de hecho, es un camino que todos estamos llamados a recorrer, siguiendo el ejemplo de estos hermanos nuestros mayores que se nos proponen como modelos en el sentido de que aceptaron dejarse encontrar por Jesús, hacia quien se dirigieron confiadamente llevando sus deseos, sus debilidades y también sus sufrimientos.

El significado de la solemnidad
La memoria litúrgica dedica un día especial a todos aquellos que están unidos con Cristo en la gloria y que no solo son referidos como arquetipos, sino también invocados como protectores de nuestras acciones. Los santos son los hijos de Dios que han alcanzado la meta de la salvación y que viven en la eternidad esa condición de bienaventuranza bien expresada por Jesús en el Sermón de la Montaña narrado en el Evangelio (Mt 5, 1-12). Los santos son también los que nos acompañan en el camino de la imitación de Jesús que es la piedra angular en la construcción del Reino de Dios.

Comunión de los santos
En la profesión de fe afirmamos que creemos en la Comunión de los Santos: con esta expresión nos referimos tanto a la vida como a la contemplación eterna de Dios que es la razón y el fin de esta comunión, pero también nos referimos a la comunión con las “cosas” santas. Si, de hecho, los bienes terrenales, en la medida en que son limitados, dividen a los hombres y mujeres en el espacio y el tiempo, las gracias, los dones que Dios da son infinitos y todos pueden participar de ellos. Especialmente el don de la Eucaristía nos permite vivir ya ahora la anticipación de esa liturgia que el Señor celebra en el Santuario celestial con todos los santos. La grandeza de la redención se mide por el fruto, es decir, por aquellos que han sido redimidos y han madurado en santidad. En sus rostros la Iglesia contempla su vocación, condición de humanidad transfigurada en camino al Reino.

Orígenes e historia de la fiesta
Esta fiesta de la esperanza, que nos recuerda el objetivo de nuestra vida, tiene raíces antiguas: en el siglo IV comienza a celebrarse la conmemoración de los mártires, común a varias Iglesias. Los primeros vestigios de esta celebración se encontraron en Antioquía el domingo siguiente a Pentecostés y San Juan Crisóstomo ya habla de ella. Entre los siglos VIII y IX, la fiesta comienza a extenderse también en Europa, y en Roma concretamente en el IX: aquí será el Papa Gregorio III (731-741) quien elegirá el 1 de noviembre como fecha para hacerla coincidir con la consagración de una capilla. En San Pedro dedicado a las reliquias “de los santos apóstoles y de todos los santos mártires y confesores, y de todos los justos perfeccionados que descansan en paz en todo el mundo”. En tiempos de Carlomagno, esta fiesta ya es ampliamente conocida como una ocasión en la que la Iglesia, todavía errante y sufriente en la Tierra, mira al cielo, donde residen sus hermanos más gloriosos.

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