San Hilario de Poitiers, Obispo y Doctor de la Iglesia (13 enero)

Filósofo y literato se convierte al cristianismo y recibe el Bautismo en el 345 y entre  el 353 y el 354, es elegido obispo de Poitiers. Como obispo se opone a la herejía arriana que contesta la doble naturaleza de Jesús, divina y humana. Padecerá también el exilio por defender la verdad.

Los orígenes y la conversión
Tan escasas son las noticias sobre su vida, como en cambio abundantes son las obras teológicas que este verdadero Defensor Fidei nos ha dejado. Nacido en Poitiers (Francia) de una familia acomodada galo-romana y pagana, recibe una sólida formación literaria y filosófica, pero solamente luego de la conversión al cristianismo logra encontrar el sentido del destino del hombre. Es en particular con la lectura del prólogo al Evangelio de Juan, que Hilario inicia y da una dirección a la propia búsqueda interior. Poco después de su bautismo, el pueblo lo aclamó como obispo de su ciudad, cátedra que ocupó durante siete años, momento en el que Hilario fue desterrado.

La lucha contra la herejía
El período histórico en el que San Hilario vive, está particularmente caracterizado por un pluralismo religioso y cultural que con pesadas polémicas melló el núcleo central de la fe cristiana. En particular, las doctrinas de Arrio, Ebión y Fotino encontraron terreno fértil ya sea en Occidente que en Oriente, difundiendo herejías trinitarias y cristológicas que comprometían el núcleo central de la fe cristiana. Con coraje y profunda competencia, San Hilario inicia su “lucha” contra la polémica trinitaria y en particular contra el arrianismo, sosteniendo en cambio que Cristo, solo si es verdadero Dios es verdadero hombre, puede ser el salvador de los hombres. En este clima encendido, San Hilario pagó con el exilio el compromiso por el restablecimiento del orden en el pensamiento teológico y por el retorno a la verdad.

El exilio y el regreso a Poitiers
Estamos en el siglo IV, durante el imperio de Constanzo, hijo del emperador Constantino el Grande. San Hilario escribe una súplica al emperador – Liber II ad Constantium – pidiendo poder defenderse públicamente, en presencia del mismo emperador, de las acusaciones que Saturnino de Arlés injustamente le había dirigido, indicándolo como traidor de la verdadera fe evangélica y obligándolo al exilio en Frigia (en la actual Turquía) por 4 años. Instigado por los arrianos que querían deshacerse de Hilario, Constantino lo vuelve a enviar a Poitiers donde, en cambio, es acogido triunfalmente. Regresando a su patria, retoma la actividad pastoral apoyado también por el futuro obispo de Tours, S. Martín, que bajo la dirección de Hilario funda en Ligugé el más antiguo monasterio de la Galia, con el objetivo de contrastar los efectos de la herejía. En los últimos años de su vida compone un comentario a cincuenta y ocho Salmos. Muere en el 367 y de él han quedado escritos exegético-teológicos e himnos de argumento doctrinal. Entre sus obras, se encuentra también el Comentario al Evangelio de Mateo, el más antiguo comentario en lengua latina de este Evangelio. Sus obras fueron publicadas por Erasmo de Rotterdam en Basilea en 1523, 1526 y 1528.

Las palabras de Benedicto XVI
Audiencia general del miércoles 10 de octubre de 2007
Hoy quisiera hablar de un gran padre de la Iglesia de Occidente, san Hilario de Poitiers, una de las grandes figuras de obispos del siglo IV. Ante los arrianos que consideraban el Hijo de Dios como una criatura, si bien excelente, pero sólo una criatura, Hilario consagró toda su vida a la defensa de la fe en la divinidad de Jesucristo, Hijo de Dios y Dios como el Padre, que le engendró desde la eternidad.

No contamos con datos seguros sobre la mayor parte de la vida de Hilario. Él mismo nos habla de un camino de búsqueda de la verdad, que le llevó poco a poco el reconocimiento del Dios creador y del Dios encarnado, muerto para darnos la vida eterna.

En los años sucesivos, Hilario escribió su primera obra, el «Comentario al Evangelio de Mateo». Se trata del comentario más antiguo en latín que nos ha llegado de este Evangelio. En el año 356 asistió como obispo al sínodo de Béziers, en el sur de Francia, el «sínodo de los falsos apóstoles», como él mismo lo llama, pues la asamblea estaba dominada por obispos filo-arrianos, que negaban la divinidad de Jesucristo. Estos «falsos apóstoles» pidieron al emperador Constancio que condenara al exilio al obispo de Poitiers. De este modo, Hilario se vio obligado a abandonar Galia en el verano del año 356.

Exiliado en Frigia, en la actual Turquía, Hilario entró en contacto con un contexto religioso totalmente dominado por el arrianismo. También allí su solicitud como pastor le llevó a trabajar sin descanso a favor del restablecimiento de la unidad de la Iglesia, basándose en la recta fe formulada por el Concilio de Nicea. Con este objetivo, emprendió la redacción de su obra dogmática más importante y conocida: el «De Trinitate» (sobre la Trinidad).

En ella, Hilario expone su camino personal hacia el conocimiento de Dios y se preocupa de mostrar que la Escritura atestigua claramente la divinidad del Hijo y su igualdad con el Padre no sólo en el Nuevo Testamento, sino también en muchas páginas del Antiguo Testamento, en las que ya se presenta el misterio de Cristo. Ante los arrianos, insiste en la verdad de los nombres del Padre y del Hijo y desarrolla toda su teología trinitaria partiendo de la fórmula del Bautismo que nos entregó el mismo Señor: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El Padre y el Hijo son de la misma naturaleza. Y si bien algunos pasajes del Nuevo Testamento podrían hacer pensar que el Hijo es inferior al Padre, Hilario ofrece reglas precisas para evitar interpretaciones equívocas: algunos textos de la Escritura hablan de Jesús como Dios, otros subrayan su humanidad. Algunos se refieren a Él en su preexistencia el Padre; otros toman en cuenta el estado de abajamiento («kénosis»), su descenso hasta la muerte; otros, por último, lo contemplan en la gloria de la resurrección.

En los años de su exilio, Hilario escribió también el «Libro de los Sínodos», en el que reproduce y comenta para los hermanos obispos de Galia las confesiones de fe y otros documentos de sínodos reunidos en Oriente alrededor de la mitad del siglo IV. Siempre firme en la oposición a los arrianos radicales, san Hilario muestra un espíritu conciliador ante quienes aceptaban confesar que el Hijo se asemeja al Padre en la esencia, naturalmente intentando llevarles siempre hacia la plena fe, según la cual, no se da sólo una semejanza, sino una verdadera igualdad entre el Padre y el Hijo en la divinidad.

Esto también nos parece característico: su espíritu de conciliación trata de comprender a quienes todavía no han llegado a la verdad plena y les ayuda, con gran inteligencia teológica, a alcanzar la plena fe en la divinidad verdadera del Señor Jesucristo.

Un sínodo celebrado en París en el año 360 o en el 361 retomó el lenguaje del Concilio de Nicea. Algunos autores antiguos consideran que este cambio antiarriano del episcopado de Galia se debió en buena parte a la fortaleza y mansedumbre del obispo de Poitiers.

Esta era precisamente su cualidad: conjugar la fortaleza en la fe con la mansedumbre en la relación interpersonal. En los últimos años de su vida compuso los «Tratados sobre los Salmos», un comentario a 58 salmos, interpretados según el principio subrayado en la introducción: «No cabe duda de que todas las cosas que se dicen en los salmos deben entenderse según el anuncio evangélico de manera que, independientemente de la voz con la que ha hablado el espíritu profético, todo se refiere al conocimiento de la venida nuestro Señor Jesucristo, encarnación, pasión y reino, y a la gloria y a la potencia de nuestra resurrección» («Instructio Psalmorum» 5).

Ve en todos los salmos esta transparencia del misterio de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Para resumir lo esencial de su doctrina, quisiera decir que el punto de partida de la reflexión teológica de Hilario es la fe bautismal. En el «De Trinitate», Hilario escribe: Jesús «mandó bautizar “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Cf. Mateo 28,19), es decir, confesando al Autor, al Unigénito y al Don. Sólo hay un Autor de todas las cosas, pues sólo hay un Dios Padre, del que todo procede. Y un solo Señor nuestro, Jesucristo, por quien todo fue hecho (1 Corintios 8,6), y un solo Espíritu (Efesios 4,4), don en todos… No puede encontrase nada que falte a una plenitud tan grande, en la que convergen en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo la inmensidad en el Eterno, la revelación en la Imagen, la alegría en el Don» («De Trinitate» 2, 1).

Dios Padre, siendo todo amor, es capaz de comunicar en plenitud su divinidad al Hijo. Me resulta particularmente bella esta formulación de san Hilario: «Dios sólo sabe ser amor, y sólo sabe ser Padre. Y quien ama no es envidioso, y quien es Padre lo es totalmente. Este nombre no admite compromisos, como si Dios sólo fuera padre en ciertos aspectos y en otros no» (ibídem 9,61).

Por este motivo, el Hijo es plenamente Dios sin falta o disminución alguna: «Quien procede del perfecto es perfecto, porque quien lo tiene todo le ha dado todo» (ibídem 2 ,8). Sólo en Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, encuentra salvación la humanidad. Asumiendo la naturaleza humana, unió consigo a todo hombre, «se hizo la carne de todos nosotros» («Tractatus in Psalmos» 54,9); «asumió la naturaleza de toda carne y, convertido así en la vid verdadera, es la raíz de todo sarmiento» (ibídem 51,16).

Precisamente por este motivo el camino hacia Cristo está abierto a todos, porque ha atraído a todos en su ser hombre, aunque siempre se necesite la conversión personal: «A través de la relación con su carne, el acceso a Cristo está abierto a todos, a condición de que se desnuden del hombre viejo (Cf. Efesios 4,22) y lo claven en su cruz (Cf. Colosenses 2,14); a condición de que abandonen las obras de antes y se conviertan para quedar sepultados con Él en su bautismo, de cara a la vida (Cf. Colosenses 1,12; Romanos 6,4)» (Ibídem 91, 9).

La fidelidad a Dios es un don de su gracia. Por ello, san Hilario pide al final de su tratado sobre la Trinidad poderse mantener siempre fiel a la fe del bautismo. Es una característica de este libro: la reflexión se transforma en oración y la oración se hace reflexión. Todo el libro es un diálogo con Dios.

«Haz, Señor —reza Hilario movido por la inspiración— que me mantenga siempre fiel a lo que profesé en el símbolo de mi regeneración, cuando fui bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo. Que te adore, Padre nuestro, y junto a ti a tu Hijo; que sea merecedor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito… Amén» («De Trinitate» 12, 57).