Con estas palabras no pretendemos explicar ni suplantar el Evangelio diario, sino dar pautas para contemplar esta lectura, sabiendo que lo fundamental es leer, saborear y gustar internamente el Evangelio, descubriendo más hondamente como es el Señor.
Jueves de la octava de Pascua.
Lecturas: Lc 24, 35-48
Siempre me sorprende este pasaje: el Señor se presenta entre sus discípulos.
Hace muchos años, yo era un niño de 9 o 10 años, una maestra en la escuela, nos comentó lo siguiente: Jesús antes de su muerte y resurrección entraba por la puerta como todo el mundo, pero después, entraba en la casa donde estaba el grupo apostólico, sin que hiciera falta ni puerta ni ventana. Estaba entre ellos.
Aquello me sorprendió tanto, y repito yo tan solo era un niño, que se me quedó grabado. Hoy, después de mis estudios en Teologia, a esas palabras les doy mucha más validez: de forma muy sencilla aquella mujer, Dª Ramona, nos indicaba como el Jesús de la historia es el Cristo de la fe, es el mismo, y a la vez, diferente.
Al contemplar este pasaje, me doy cuenta de la presencia del Señor Resucitado en la vida de la comunidad, de la Iglesia. Tal vez la comunidad eclesial no sea todo lo coherente que tendría que ser. Mejor dicho, que tendríamos que ser. Pero no falta la Presencia del Dios de la Vida en nuestro interior. Tampoco aquel grupo de discípulos miedosos, frágiles y pecadores, eran totalmente coherentes. Eran como nosotros. O nosotros somos como ellos.
Me gustan las palabras del Señor al aparecerse entre sus discípulos: les desea la paz. No hay riña, ni bronca, ni llamada de atención, ni reprensión (yo les diría:»mirad que os dije…»), sino un deseo real y profundo de paz. Con todo lo que significa ello en el mundo bíblico. Paz. El gran deseo del Señor a su Iglesia, al mundo entero.
Sentir hoy al Señor presente en nuestra vida, entre nosotros, con nosotros.
Contemplemos este pasaje evangélico, y estemos en la presencia del Señor de la Paz. Él está realmente.
José Luis, vuestro Párroco