Una de las preocupaciones de nuestro tiempo está ligada con la salud mental.
Los índices de personas atendidas en consultas psiquiátricas, de diagnósticos en edades muy tempranas, de suicidios… hacen pensar que las heridas del tiempo en que vivimos hacen mella en nuestra cabeza.
Entre las causas, el ritmo de vida que se nos exige o que nos hemos autoimpuesto, la pérdida de horizonte de sentido, el empujón de las redes sociales para alcanzar el éxito, la belleza, la buena imagen llevan a muchas personas a una carrera alocada por alcanzar unas metas que no son ni importantes ni imprescindible y que generan una gran tensión interior.
Además, esa tensión se afronta en muchas ocasiones en soledad. La desestructuración familiar, la pérdida de relaciones y de valores, las amistades líquidas que vienen y van no generan esa red de apoyo, de confianza que permiten afrontar las dificultades con serenidad.
La Iglesia busca atender las consecuencias que para la salud mental tienen todas esas circunstancias. En sus centros para la atención a las personas que padecen sufrimiento psicológico y emocional, las acoge y acompaña y lo hacen con el modelo de entrega y amor de Jesús de Nazaret.
Pero la Iglesia, también, trabaja en las causas. Crea comunidades de vidas en donde todos tengan nombre, historia, sentido. Busca crear comunidades acogedoras que ofrezcan un horizonte vital de crecimiento en el que la vida tenga sentido.
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