Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia (15 octubre)

La obra de Santa Teresa de Jesús refleja, simultánea o consecutivamente, las vivencias de un misticismo ardiente, como el que recorre el Castillo interior o las Moradas, y la dura actividad cotidiana que muestra el Libro de la vida; los éxtasis o arrobamientos del Camino de perfección o los Conceptos del amor de Dios, y la concreción de los asuntos mundanos del Libro de las constituciones, que también se trasluce en el cerrado organigrama de los nuevos conventos, recogido en el Libro de las fundaciones.

Teresa de Jesús reconoció en su vida una Presencia que la cercaba amorosamente en busca de su amistad. Tras muchos años sin éxito en la batalla por «concertar estos dos contrarios» -Dios y el mundo-, se abandonó confiadamente en los brazos de Cristo. Y, a partir de ese momento, Dios tomaría el timón de su vida y la embarcaría en una travesía fascinante rumbo a las «séptimas moradas». De esta experiencia brota la espiritualidad teresiana.

Con su vida y escritos quiso transmitir cómo era el Dios que había salido a su  encuentro para regalársele sin medida. Había comprobado que no desea otra cosa que darse a quien le quiera recibir. Dios invita a la persona a que entre en su interior, donde Él habita. Así es «la gran hermosura y dignidad del ánima», creada a imagen y semejanza de  Dios y capaz de entablar amistad con Él. Dios se le entrega totalmente, no porque el ser humano haya acumulado méritos, sino porque Él se quiere revelar y suscitar una respuesta de donación. Dice Teresa que este Dios «dora las culpas» y saca el máximo partido a lo bueno que hay en cada uno.

Teresa experimentó que la persona puede vivir arrastrada por sus fuerzas instintivas e ignorante de su propia identidad y destino. Desde este punto de partida, el proceso espiritual es para ella una liberación de todo lo que disgrega a la persona interiormente y la separa de su meta: la unión transformante con Cristo, el matrimonio espiritual.

La oración es la puerta para entrar en esta dinámica, cuyo único requisito es una «determinada determinación». Fruto de este encuentro en amistad, crece la humildad por la iluminación de verdades en el alma: quién es Dios, quién es la persona, lo poco que esta puede hacer con su esfuerzo y lo mucho que recibe. La clave para avanzar por este camino es acoger como pobre lo que Dios ofrece y responder a su gracia con una generosa entrega de sí.

Cuando el amor divino acaricia un alma, ya no puede medir su vida según el cumplimiento de unos preceptos y ritos, sino según el amor con que responde a tanto don recibido. Por eso, esta experiencia pone en marcha una transformación del ser en su raíz, para acomodarlo a una amistad cada vez más profunda con Dios y con sus hermanos.

Experimentó grandes ansias de plenitud y libertad. Advirtió que el ser humano posee en su interior un vacío que nada ni nadie puede colmar, solo Dios. Sin embargo, se empeña en llenarlo con lo que le deja más hambriento. No son las cosas ni las personas, sino la actitud tomada frente a ellas lo que atrapa la vida en una espiral de esclavitudes. La persona necesita desentrañar la mentira del mundo que lleva dentro, que «todo es nada» y que «solo Dios basta». Cuando el alma ha visto las grandezas de Dios, no le pesa ningún desprendimiento que le ayude a soltar peso para volar hacia Él. «Andar en verdad» y desnudez para poder al fin ser libre.

Cristo es el centro de la espiritualidad teresiana. Su Humanidad sanó afectivamente a Teresa y la introdujo en el misterio del Dios trinitario, comunión de amor. De la radical opción por Él brotará el deseo de querer contentarle en todo. Y, ya que el amor a Dios y al prójimo es el mismo, el servicio a los demás autentica el seguimiento a Aquel que «nunca tornó por sí». Teresa propone un camino de fe vivido en comunidad. Un grupo de amigos de Jesús donde cada uno sea para los demás otro Cristo, convirtiéndose en «esclavo de Dios y de todos» por amor. Esto es, olvidarse de sí y pensar en el bien del otro por encima de uno mismo. Amor que impregna las pequeñas cosas de cada día, pues Dios no mira la grandeza de las obras sino el amor con que se hacen.


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https://dbe.rah.es/ (Real Academia de la Historia)