Beato Anselmo Polanco, agustino, obispo y mártir (7 febrero)

Los mártires españoles de los años 30 del del siglo XX son un valioso testimonio de fe en tiempos de violencia
Mons. Anselmo Polanco, OSA, obispo de Teruel y Albarracín, su vicario general P. Felipe Ripoll y muchos otros, fueron martirizados durante la Guerra Civil Española por ser seguidores de Jesús y pertenecer a la Iglesia.

El día 7 de febrero se recuerda al beato Mons. Anselmo Polanco OSA, obispo, a quien se le quitó la vida por formar parte de la Iglesia. Nace en Buenavista de Valdavia (Palencia) el 16 de abril de 1881. Con sólo 15 años ingresó en el convento de los agustinos de Valladolid. Fue en el Monasterio de Santa María de La Vid, en Burgos, donde completó sus estudios y fue ordenado sacerdote en 1904. En 1922 fue nombrado rector del Seminario de Valladolid y, diez años después, Provincial del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas.

En 1935 es nombrado obispo de Teruel y administrador apostólico de Albarracín. Su madre, al enterarse, exclamó: «Tú que siempre fuiste buen hijo, sé ahora buen padre». Un año después se desató la Guerra Civil española, siendo Teruel uno de las localidades más castigadas por los efectos de la contienda. Pero su obispo y numerosos sacerdotes y religiosos nunca abandonaron a sus feligreses en aquellas trágicas horas.

El 8 de enero de 1938 se entregó, junto con un grupo de sacerdotes, al ejército del Frente Popular. Sus captores querían que el obispo retirara su firma de una carta conjunta del Episcopado que denunciaba la persecución que sufría la Iglesia en España, y que había tenido eco mucho internacional. Posteriormente fueron trasladados a Valencia y luego a Barcelona.

La mañana del 7 de febrero de 1939, poco antes de que terminara la guerra y en medio del caos reinante, unos soldados se llevaron a 42 presos. Entre ellos se encontraban el obispo Polanco y su vicario general  P. Felipe Ripoll. La comitiva se detuvo en el barranco Can Tretze, en Pont de Molins, Gerona, cerca de la frontera con Francia. Obligaron a los prisioneros a subir por el cauce seco del río Muga, y allí mismo fueron asesinados. Después, los cadáveres fueron rociados con gasolina y quemados.

En el lugar se levantó un monumento que recordaba a los fusilados. A petición de las autoridades de Teruel, sus restos fueron trasladados a la capital de su diócesis. Allí reposan, junto con los del sacerdote Felipe Ripoll, en la cripta de la Catedral de Teruel, donde son objeto de veneración por los fieles cristianos.

«Se distinguió por su amor a la concordia, su delicadeza de espíritu y su atención a la observancia religiosa».

Juan Pablo II nos recuerda en su homilía de beatificación: «Como un presentimiento decía el día de su entrada en la diócesis: “He venido a dar la vida por mis ovejas“».

En esa citada toma de posesión decía: «A semejanza de los Apóstoles, Nos ha elegido el Señor para que vayamos delante de vosotros y llevemos frutos de vida y esos frutos sean duraderos… Debemos ser luz que os ilumine, sal que preserve las almas de la corrupción de la culpa, Pastor vigilante y abnegado, que no sólo guarde a sus ovejas y las conduzca solícito a los pastos de vida eterna, sino que está dispuesto a sufrir la muerte por ellas como el buen Pastor, Jesús, modelo y dechado de Pastores… A pesar de los terrores que nos asaltan y que en realidad no carecen de fundamento, abrigamos la persuasión de que Dios, que no abandona a los que se apoyan en Él, ha de suplir la natural deficiencia acudiendo en auxilio de nuestra debilidad. Si, pues, al fijamos en nuestra pequeñez experimentamos cierto decaimiento y nos sentimos abrumados por el peso de la carga, cuando reflexionamos que el poder y misericordia de Dios nos asisten con las gracias de estado y que no faltan otras circunstancias propicias al éxito de la empresa a Nos encomendada, cobramos energías y nos atrevemos a concebir esperanzas halagüeñas.”

Juan de Ávalos diseñó el monumento que se muestra en la foto superior y este hermoso relicario que custodia un pectoral del Beato Anselmo Polanco, que se encuentra en la Cripta de los Mártires de la Catedral de Teruel.


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