La Virgen María habló a San Luis Gonzaga en Madrid.

La imagen de la Madre del Buen Consejo se venera en la Capilla del sagrario de la Parroquia de Nuestra Señora del Buen Consejo y San Isidro (Colegiata) de la calle Toledo en Madrid. En su origen la imagen se depositó en la iglesia de San Pedro y San Pablo, mandada construir por la emperatriz Doña María de Austria, hermana de Felipe II, en 1560, en la calle de Toledo, vecina al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús y derribada posteriormente.

La imagen antigua desapareció en el incendio provocado durante la guerra civil, y la actual, obra de Félix Granda, mide casi un metro de altura y representa a la Virgen con el Niño sostenido por el brazo derecho al tiempo que con su mano derecha toma las de su Hijo.


En 1683 vivía en la corte de España, Don Fernando Gonzaga, príncipe de la casa de Mantua, marqués de Castellón y grande de España, con su esposa, dama de la reina Doña Isabel de Valois, y con sus hijos. El joven Luis, el primogénito, crece en el centro del gran mundo de su tiempo, se ve rodeado de la nobleza más alta de Europa.

Desde sus primeros años sentía vocación religiosa. Visitaba con frecuencia la capilla de la Virgen del Buen Consejo. Comienza a buscar la voluntad de Dios respecto de la vida religiosa que quiere abrazar. Se inclina por la Compañía de Jesús, pero quiere una confirmación espiritual y la busca con ahínco en la oración.

La luz que buscaba sobre su futuro la encontró el día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1583, en la iglesia del Colegio Imperial de los Jesuitas. Primero fue a misa y comulgó; luego se detuvo a orar ante la estatua de Nuestra Señora del Buen Consejo y «oyó una voz clara que le dijo: «Entra en la Compañía de mi Hijo». Palabras que llenaron de consuelo su corazón, y le determinaron a dejar la corte y los palacios.

Después de vencer muchos obstáculos familiares, entró en la Compañía de Jesús en 1585, donde desde el primer día se dedicó a los oficios más humildes y a socorrer a los numerosos enfermos en la epidemia de peste iniciada en 1590. Por sus servicios cercanos a ellos, al portar en sus brazos y curar a los más graves, enfermó mortalmente. En su pequeño aposento se agolpaban las visitas y todos salían con la impresión de que algo extraordinario sucedía en aquella vida que se apagaba. Forzado ya por la debilidad a un silencio casi absoluto, permaneció profundamente recogido, abrazado al crucifijo hasta el 21 de junio de 1591 día de su fallecimiento.


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