Teresita, niña misionera desde la cama del hospital

Teresita, la niña que deseaba dar a conocer a Jesús ya descansa en paz

A TERESITA CASTILLO DE DIEGO a sus 10 años de edad, el alma misionera no le cabía en su cuerpo debilitado por un tumor cerebral. «Estos días que estoy malita lo estoy ofreciendo por la gente; por ejemplo, por alguien que esté malito, por los sacerdotes…». Así era ella, con unas ansias tremendas de dar a conocer a Jesús: «Quiero llevar a los demás con Jesús, a los niños que no lo conocen, para que vayan al cielo felices siempre, siempre». Eso era para ella la misión, «hablar de Jesús siempre y dar alegría». Murió este pasado domingo, 7 de marzo, después de tres años de enfermedad, dando un testimonio único que no ha caído en saco roto.

Su madre cuenta que «era muy cariñosa, muy alegre, muy empática, ocurrente; tenía una personalidad muy bonita». Saludaba a todos por la calle, también a los desconocidos, «y yo he visto a alguna señora mayor emocionarse solo de cómo saludaba». «Les hacía sentirse importantes».

Incluso a pesar de todos sus sufrimientos de las últimas semanas, Teresita seguía derrochando simpatía. «Pero qué bien habéis hecho la cama», les decía a las enfermeras, o «qué rico el desayuno». «Por la noche me ha sangrado la nariz –le dijo a su madre el 10 de febrero–, pero no importa porque está todo muy bien». A su abuela, una de las veces que pudo verla aprovechando un traslado de la UCI a hacerle un TAC, le dijo al verla: «Pero abuelita, ¡qué guapa estás con tus rizos!», y le hizo fijarse en su cruz de misionera, que llevaba colgada en la barra de la cama.

«Era una niña muy niña, solo quería jugar y estar con niños», pero a la vez con una vida espiritual profunda y fuerte. Desde los 3 años –edad a la que llegó a España en adopción, procedente de Siberia–, iba con su madre a Misa todos los días, «y disfrutaba mucho» porque, al ser tan sociable, saludaba a todos. Sobre todo, a los sacerdotes, «a cualquier iglesia que íbamos, solía pasar al terminar la Misa a la sacristía a saludar al sacerdote». En su colegio procuraba también ir a Misa siempre que podía, y comulgaba. Una comunión que recibió también en el hospital a diario, excepto cuando estaba intubada.

A Teresita le detectaron el tumor en 2015. En la primera operación se lo redujeron al máximo, le dieron quimioterapia durante un año y medio y «parecía que todo estaba controlado», cuenta Teresa. Pero a finales de 2018, volvió a crecer. A una nueva operación sigue un tratamiento duro y vuelta a los controles. A finales de noviembre de 2020, el golpe de un balón le provocó un hematoma por el que quedó ingresada en observación, y se abrió la vía a una nueva operación. El 2 de enero de este año, de nuevo ingresó por un fuerte dolor de cabeza.

La operación estaba programada para el 11 de enero. Se encomendó a los jóvenes Beato Carlo Acutis y Venerable Montse Grases, y con toda paz y «muy tranquila» se preparó para la operación pero no se pudo realizar por muchas complicaciones.

La niña no pudo entrar en quirófano pues le subió la tensión, así que le pusieron un drenaje en la cabeza. Entonces aparece el positivo en COVID y todo se fue retrasando. Ante la imposibilidad de operarla, los médicos decidieron instalar una válvula para drenar y pasar directamente al tratamiento de quimio. «Pero se le obstruyó, y esto le provocaba mucho dolor». Febrero fue de subida al Gólgota. Las válvulas fallaban sucesivamente, «íbamos de TAC en TAC y de PCR en PCR, el tumor venga a crecer… Cada vez era más duro».

A su vez, «como ella tenía ofrecidos sus sufrimientos, pensabas que igual Jesús se estaba aprovechando para salvar a más almas y más almas». Las últimas semanas «era como una crucificadita». Cuando no podía tragar ya, le ponía unas gasas con agua en la boca y era como si se las pusiera a Jesús crucificado. A ella, cuenta con dolor su madre, que tanto le gustaba comunicarse, hablar, le era imposible hacerlo por el respirador y por el aislamiento por el coronavirus. Dios la terminó por despojar de todo.

Teresita transparentaba a Dios. Sorprende en una niña tan pequeña esta certeza en su misión: quería ser misionera como explicaba: “Yo pido para que muchos niños conozcan a Jesús”. En una ocasión dijo delante de varios niños y sus familias: “Yo quiero ser misionera ¡ya¡”.


Texto resumido de la noticia aparecida en la web diocesana: archimadrid.org


Una de las canciones favoritas de la niña era: «María, mírame»

María, mírame. María, mírame.
Si tú me miras, Él también me mirará.
Madre mía, mírame.
De la mano llévame muy cerca de Él,
que ahí me quiero quedar

María, cúbreme con tu manto que tengo miedo, no sé rezar
Que por tus ojos misericordiosos tendré la fuerza, tendré la paz.
María, mírame. María, mírame…

Madre, consuélame de mis penas; es que no quiero ofenderle más
Que por tus ojos misericordiosos quiero ir al cielo y verlos ya.
María, mírame. María, mírame…
En sus brazos quiero descansar