Elegir a Jesucristo

La vida cristiana es una continua acción de discernimiento. Nos hace falta de vez en cuando descubrir una y otra vez cómo es Jesús, para ver si realmente vamos eligiendo caminar con Él. Dios eligió para su Hijo la pobreza. Jesús no eligió nacer siendo un príncipe en un magnífico palacio, sino en la pobreza de un establo. Vivió pobre toda su vida: como un artesano en una aldea, como un maestro itinerante: “las zorras tienen madrigueras… pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza”( Lc 9, 58). Normalmente se movió entre pobres y pecadores.

El pueblo más de una vez quiso honrarle, le quiso hacer rey en su provecho, pero Jesús no sucumbió a la tentación. En cambio. escogió el menosprecio al aceptar, de acuerdo con la voluntad del padre, “padecer mucho y ser rechazado por los suyos” (Lc 17, 25).  Jesús no utilizó su poder divino para dominar al pueblo; eligió “la forma de esclavo” (Flp 2, 7), y permaneció siempre siendo “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) Escogió siempre la senda de la humildad. Su estilo de vida es la pobreza, menosprecio y humildad.  Hoy es difícil vivir estos valores: nuestro mundo se mueve en otros:

  • Consumismo: una búsqueda febril de tener más y más cosas materiales
  • Ansia de poder: sin reparar en los medios, pasando por encima de una respetuosa explotación de la naturaleza y utilizando a las personas y las comunidades en provecho de cualquier facción minoritaria, provocando situaciones de injusticia racial, enfrentamientos, violencia, favoritismos…
  • Egocentrismo: Reducir el ámbito de las personas, los valores y derechos, sólo a aquellos que yo considero de mi entornoy únicas beneficiarias de mi atención e interés.
  • Desinteres por Dios: No permitir que dios intervenga en mi vida ni que afecte a mi modo de concebirla y vivirla.

¿Qué vamos eligiendo cada uno de nosotros? Podemos hoy recordar el Evangelio de las tentaciones:

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. 

Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le contestó: «Está escrito: “No solo de pan vive el hombre”». 

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”». 

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden”, y también: “Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra”». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».  Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión. (Lc 4, 1-13)

Dios mío, creo que estas presente en todo y en todo. Pero creo que tu presencia está, especialmente en los pobres, necesitados, huérfanos y enfermos. Al trabajar por la justicia social, la libertad, la paz y la concordia, sé que estoy trabajando contigo por tu reino.

Pero, aunque sé muy bien todo esto, sigo fallando sin buscarte entre los pobres y necesitados; te sigo fallando no buscando la paz, la unidad y la justicia. Sigo, todavía, buscando poder y situación social, sigo buscando todas las comodidades que el mundo me ofrece. Amo la riqueza, amo la seguridad.

Ayúdame, señor, a ser consciente de la necesidad de los desamparados. Ayúdame, Señor, a luchar por mejorar la condición de mis hermanos. Ayúdame a “ser para los demás”. Y, si no lo hago así, dame el valor de decir que “ya no soy cristiano”. Amén.

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Amado Señor, ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.
Inunda mi alma de espíritu y vida. Penetra y posee todo mi ser hasta tal punto que toda mi vida solo sea una emanación de la tuya. Brilla a través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma.

Haz que me miren y ya no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor. Quédate conmigo y entonces comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a través de mí. La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tú quien ilumine a los demás a través de mí.

Permíteme pues alabarte de la manera que más te gusta, brillando para quienes me rodean. Haz que predique sin predicar, no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi corazón. Amén (San John Henry Newman)